domingo, 31 de mayo de 2009

BOB KELLY ABREU


Bob Kelly Abreu (nació el 11 de marzo de 1974, en Turmero, Venezuela) deportista venezolano, pelotero de la Grandes Ligas de Béisbol pertenece a la organizacion de Los Angeles (Angels of Anaheim) estadounidense, es conocido como Bobby Abreu, en Estados Unidos, y llamado también El Come Dulce en su país, Venezuela.

Jugador continuo de la Liga Venezolana de Béisbol Profesional y jugador de refuerzo en la Serie del Caribe por su país en los periodos en los que su equipo los Leones del Caracas, no logra ganar el campeonato de béisbol venezolano. Batea a la zurda o la izquierda, es experto en robar bases y posee una gran velocidad. En las grandes ligas, comenzó su carrera con los Astros de Houston el 1 septiembre de 1996, jugando 74 partidos.

En el 2005 Abreu ganó el derby de jonrones anterior al juego de las estrellas de las grandes ligas estadounidenses, en la ciudad de Detroit. Ese día fijó récord de 41 bambinazos para un Home Run Derby.

En julio del 2006 Abreu es traspasado a los Yankees de Nueva York con lo que se da el cambio más costoso de las grandes ligas en este último año. Abreu solicito un permiso a los Yankees para jugar con los Leones del Caracas en la Liga Venezolana de Béisbol Profesional, este permiso le fue negado por diversas razones. El 10 de febrero de 2009 firmo un contrato con los Angels of Anaheim de 1 año por 5 millones de US$.

El 24 de marzo de 2008 "El Come Dulce" impulso su carrera número 1.000 igualando a los venezolanos Maggllio Ordoñez y Andres Galarraga.
Premios FOX Sports [editar]luego de ser seleccionado por los grandes de new york el dia de su primera participacion en el equipo habia na gran multitud aclamando al astro venezolano y la gran carpa se estremecia de una gran manera.El 16 de diciembre del 2007 Abreu recibió el Premio Especial por Destacada Labor Comunitaria durante la ceremonia de entrega de los V Premios Fox Sports. La premiación estuvo precedida por un emotivo video que mostró la polifacética vida del venezolano. Las imágenes de la visita a un hospital de niños con cáncer en Nueva Jersey y la presencia de niños en el escenario durante la entrega del reconocimiento, conmovieron al público presente en el teatro.

Abreu agradeció a la cadena Fox Sports por el galardón recibido y reiteró su compromiso con Dios para continuar ayudando a los niños del mundo.

Fuera del deporte Abreu es uno de los peloteros venezolanos más conocidos nacional e internacionalmente, su fama ha llegado a traspasar la frontera deportiva, llegando a ser novio de la polifacética Alicia Machado, ex Miss Venezuela y Miss Universo 1996, luego de un escándalo en un programa de televisión de España a consecuencia de esto Abreu decidió romper con Machado. Actualmente tiene una estable relación con la actriz Alba Roversi.

El "Come Dulce" también es empresario, al lanzar a finales de 2006 su propio sello discográfico, que busca principalmente apoyar y hacer surgir el talento musical venezolano


Tomado de Wikipedia, la enciclopedia libre

MARIO ABREU


Nació en Turmero, estado Aragua, el 22 de agosto de 1919. Estudió en la Escuela de Artes Plásticas y Artes Aplicadas de Caracas y, egresado de este centro, intervino en las actividades del Taller Libre de Arte, fundado en 1948. Da inicio, entre 1950 y 1952, a una pintura vivencial con temas como gallos, catedrales vegetales, diablos danzantes. Esta pintura distinta le hace recibir un accésit al Premio Nacional de Pintura en 1951. Con ello obtiene una beca para continuar estudios en Europa. En 1952 se radicó en París, donde residió hasta 1959.
Al retornar a Caracas comenzó a trabajar en su más célebre serie de obras, conocida como "Objetos mágicos", la cual dio a conocer en el MBA, en una exposición realizada en 1965. Desde entonces Abreu mantuvo una posición independiente, solitaria y alejada de la actividad institucional, identificándose en su búsqueda de un realismo mágico con los grupos literarios protestatarios o surrealizantes del país.
En 1975 le fue otorgado el Premio Nacional de Artes Plásticas. Falleció en Mamo, Departamento Vargas, en 1993. Efectuó exposiciones individuales en el MBA, 1952, 1962 y 1965; en el Museo de Arte Moderno de Bogotá, 1966; en la Galería Durban, 1975, 1980 y 1992. En 1967 representó a nuestro país en la IX Bienal de Sâo Paulo. En 1993 se le dio su nombre al Museo de Artes Visuales de Maracay, estado Aragua, y en este mismo centro, de manera póstuma, se presentó la primera exposición retrospectiva de su obra, en 1994.
Otros galardones: Premio Federico Brandt, 1951; Premio Andrés Pérez Mujica, 1951; tercer premio del IV Salón Planchart, 1951; Premio Antonio Esteban Frías, XXV Salón Oficial de Arte Venezolano, MBA, 1964; accésit al Premio Nacional de Pintura, XXVII Salón Oficial de Arte Venezolano, MBA, 1967.

Tomado del Website del Banco Central de Venezuela

ADOLFO FRYDENSBERG


*La Guaira (Distrito Federal) 14.4.1849 +Turmero (Edo. Aragua) 16.5.1908

Médico e investigador científico. Hijo del médico danés Adolfo Frydensberg quien había llegado a Venezuela en 1840. Inicia sus estudios en el colegio Roscio de Caracas donde obtiene el título de bachiller y se gradúa luego de médico en la Universidad Central de Venezuela (1871).

A partir de 1870 fue ayudante de laboratorio de Vicente Marcano y cofundador de la Sociedad Química de Caracas (1877), así como de la Sociedad Farmacéutica de Venezuela (1882). Fue redactor de La Escuela Médica, La Unión Médica, La Gaceta Científica de Venezuela y colaborador de El Ensayo Médico, el Boletín de la Sociedad Farmacéutica de Venezuela, el Boletín de la Facultad Médica, el Boletín de los Hospitales y de Las Clases Médicas. Profesor de química en la Escuela de Medicina de la Universidad Central y en el colegio Venezuela que funda y dirige hasta 1889, dedica parte de su tiempo a ensayos experimentales de química cuyos resultados recoge en un Tratado elemental de química atómica, el cual aún permanece inédito.

En 1889, sustituye a Adolfo Ernst como director de la Biblioteca Nacional, cargo que ejerce hasta 1891. Nombrado otra vez director de la Biblioteca (20.7.1893), dispone en 1894, que de toda publicación «impresa o litografiada en el país», debían enviarse 2 ejemplares a la Biblioteca. En el Primer libro venezolano de literatura, ciencias y bellas artes, editado en Caracas en 1895, Frydensberg publicó un estudio titulado «Materiales para la bibliografía nacional».

En 1899, se retira a vivir en Turmero donde funda el dispensario público El Socorro Popular y continúa sus investigaciones, particularmente sobre las quinas de los árboles existentes en las montañas de Aragua. En 1906, le es retirado el cargo de registrador subalterno del distrito Mariño, cuyo modesto sueldo le permitía subsistir, ya que no cobraba por el ejercicio de su profesión. Una campaña de prensa logra que se le dé nuevamente su cargo, pocos meses antes de su muerte.

Tomado del website del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas

sábado, 30 de mayo de 2009

Francisco José Cróquer (Pancho Pepe)


*23 de mayo de 1920. Turmero
+18 de diciembre de 1955. Barranquilla
Pancho Pepe Cróquer, polifacético hombre de radio y televisión donde destacó como declamador, locutor, narrador deportivo y animador marcó pauta en lo que a transmisiones deportivas se refiere específicamente en béisbol y boxeo. Su carrera artística la inició cantando tangos en la emisora “La Voz de Aragua” donde a la vez se desempeñaba como mensajero, telefonista y locutor suplente. En 1938 se traslada a Caracas para trabajar en Estudios Universo, emisora que en el futuro será Ondas Populares. En la década de los cuarenta Pancho Pepe se especializa en la narración de béisbol y boxeo transmisiones donde trabaja con el siempre bien recordado periodista y comentarista cubano Don Daniel Crespo Varona “La Enciclopedia del Béisbol” juntos crean el espacio radial “Deportivas Yukerí” programa de gran éxito para la época.

A comienzos de los cincuenta es contratado por la famosa Cabalgata Gillete para la transmisión de las Series Mundiales y las peleas por campeonatos mundiales de boxeo compartiendo estas narraciones con el famoso Buck Canel. Pancho Pepe es el creador de la famosa frase “Y se poncha” la cual dio origen al vocablo ponche para designar por antonomasia el struck out. De antología es su inimitable narración de la pelea entre Sanddy Saddler y Willie Pep la cual ha sido catalogada por los entendidos en la materia como una joya en la especialidad boxistica.

Pancho Pepe fue campeón nacional de automovilismo en 1954 y participó en el Gran Premio Internacional de Caracas en 1955 compitiendo con pilotos de la talla de Juan Manuel Fangio, Stirling Moss, Jean Behra y otras luminarias de este riesgoso deporte. En la segunda quincena de diciembre hizo un paréntesis en las narraciones del béisbol profesional dejando en su lugar a Delio Amado León su más aventajado discípulo para viajar acompañado de su hijo Franklin a Colombia para participar en la prueba automovilística “Vuelta de la Cordialidad” justa donde lo sorprendió la muerte el domingo 18 aproximadamente a las 8 y 45 de la mañana, infausta hora que decretó el silencio de la “Voz de América”.

Tomado del website de Salón de la Fama Museo del Beisbol
http://www.museodebeisbol.org/salonfama/3rosexaltados/francisco.html

sábado, 23 de mayo de 2009

...Y PASÓ EN TURMERO


Dulce Marìa Tosta Riera
Blog "El Lobito que no es Feroz"

...Y pasó en Turmero, no es mentira. El día Viernes Santo, como es de costumbre, la imagen del Santo Sepulcro es llevada por la mañana desde su sede hasta la Iglesia de la Candelaria en Turmero, para sorpresa de todos los allí presentes cuando sacan la imagen y los cargadores la bajan al piso, además de que los faldones que cubren la parte de abajo son de color rojo, también nos damos cuenta que el traje que lleva puesto la imagen de Jesús es de color rojo con adornos dorados, inmediatamente, ante el asombro de la feligresía allí presente que fue acercándose, se escuchaba el murmullo y el disgusto ante tal hecho. Hubo quien manifestara su desagrado en voz alta aduciendo a los encargados de vestir al Santo, entre otras cosas, que la Sangre de Cristo seria derramada sobre ellos por este hecho de cambiarle su traje tradicional de color blanco. Según pude escuchar de algunos integrantes de otras sociedades, que en la del Santo Sepulcro este año hay una nueva directiva, ellos también me comentaron que cada sociedad tiene unos estatutos donde se regula todo lo relacionado con la imagen que ellos cuidan, incluyendo el color que debe usarse para vestir la imagen. Me fui a la Iglesia y me encontré con gente de Turmero de toda la vida, donde me comentaban que estaban en total desacuerdo con este cambio, consternados ante este hecho, siendo la primera vez que al Santo Sepulcro lo vestían de un color que no era blanco. Independientemente del color que sea vestido, mi opinión muy personal es que nos han faltado el respeto como pueblo y como feligreses al no consultarnos y sin importarles como nos afectaría ese cambio lo hicieron y ya. Quiero destacar que mi incomodidad no es por que vistan la imagen de color rojo, ya que Jesús en el Huerto esta vestido de blanco con un manto rojo, Jesús en la Columna lleva una vestimenta blanca con hilos dorados, Jesús de Nazaret va con un traje de color morado con hilos dorados; es el hecho que se trata de una tradición que surge de la voluntad, creencias, costumbres e idiosincrasia del pueblo, a quien en definitiva pertenecen todas esas imágenes, que sirven como símbolo de nuestra devoción por Jesucristo. El color rojo simboliza la sangre derramada por nuestro Señor Jesucristo en La Cruz, para salvarnos del pecado y concedernos la vida eterna. Investigando acerca del significado del color blanco éste es señal de pureza, luz, bondad y es el color de la perfección, Jesús es Perfecto, es Amor, es Luz, es Bondad y Misericordia. ¿Será por ello el uso de blanco en el traje del Santo Sepulcro?

Dulce María Tosta 8.576.298
turmero_2009@hotmail.com

viernes, 22 de mayo de 2009

El Himno del Estado Aragua: todo por un Premio


Jorge Gómez Jiménez Blog Letralia

No soy precisamente un fanático de los himnos, pero el del estado Aragua, donde nací y vivo, está entre los que me gustan. Empieza con estas palabras: En el libro que guarda la Fama / tendrá nuestro nombre soberbio blasón… Y a partir de allí desgaja todo un rosario de la más pedante gallardía. Que cuánta falta nos hace estos días, por cierto.

La letra completa está aquí, por cierto con una s de más en el apellido del autor, que fue Ramón Bastida. Y he aquí lo interesante (supongo que ya se estaban preguntando por qué si no me gustan los himnos estoy escribiendo sobre eso): la letra del himno, tal como la conocemos actualmente, está incompleta.

El himno del estado Aragua fue escogido mediante un concurso organizado, hace exactamente cien años, por la Presidencia del Estado, entonces a cargo de Francisco Linares Alcántara. No hubo jurado: Linares Alcántara delegó la escogencia del himno en el escritor Eustoquio Machado.

El poeta Ramón Bastida era en ese momento el secretario del Tribunal Superior del estado. Enterado del concurso, escribió su poema marcial hasta la estrofa que hoy tenemos por última, y se lo mostró al juez, Francisco de Paula Guevara Santander —otro poeta—, quien se mostró encantado por la propuesta de himno salvo por un detalle: no incluía mención alguna al dictador de turno, Cipriano Castro, ni a su Revolución Restauradora. Así, Bastida agregó estas dos estrofas laudatorias que escribió ahí mismo, en el escritorio de su jefe:

¡Aragüeños!, también nuestro suelo
de la Patria el honor conquistó,
cuando un héroe de olímpico vuelo
aquí las legiones del crimen venció.

Cuando al brillo triunfal de su acero
al fuego templado del patrio calor,
nos dio paz el heroico guerrero,
Titán de los Andes, Glorioso Condor.

Gracias al consejo de Guevara Santander, Bastida recibió el premio: un diploma y trescientos bolívares, cantidad que hoy se resume en tres monedas pero que en 1905 era buen dinero. Años después, ya pasado el vendaval de Castro, el gobierno del estado decretaría la eliminación de las estrofas proselitistas y el himno quedó tal como lo cantan actualmente los chamos en las escuelas de Aragua.

La historia aparece en la edición de este mes de la revista Candelaria-Turmero, de cuyo diseño gráfico me encargo hace varios años. Como no puede conseguirse en Internet, he dejado aquí una copia, en formato Word, del artículo que sobre este tema escribió el investigador Francisco Rodríguez.

12/05/2005
Guardado en Cromos
http://jorgeletralia.blogsome.com

Premio Centenario de la Poesía y el Pentagrama

Francisco “Pancho” Rodríguez
Publicado en Revista La Candelaria de Turmero

En el año 1905, el gobierno de Aragua, presidido por el general Francisco Linares Alcántara (Panchito), abre un concurso literario para seleccionar la letra que debía llevar el Himno del estado, concurren como participante, entre otros, el poeta Ramón Bastida, domiciliado en Turmero. De ese acontecimiento se cumplieron cien años, el 28 de marzo próximo pasado. Para acercarnos a ese evento literario, y a la vida del poeta, ocurro a una tríada de fragmentos, cada uno con su correspondiente intertítulo, de trabajos del historiador Andrés Pacheco Miranda, tomados del folleto “Turmero tierra mía”, recopilación de crónicas, editadas por el Concejo Municipal de Mariño en 1978; con nota de presentación a manera de prólogo, escrita por el doctor Ciro Guzmán Morillo, donde se lee un segmento que dice: “A solicitud de mi persona, como Cronista de la Ciudad, y la ayuda valiosa del escritor Don Félix Acosta, convencimos a Don Andrés, para que como homenaje a los 358 años de vida de su pueblo, y al aniversario, 100 años de la muerte del Gran Demócrata General de División Francisco Linares Alcántara, único aragüeño y por cierto turmereño, Presidente de la República, nos cediera para su publicación en conjunto de una serie de sueltos periodísticos, aparecidos en la tercera y cuarta década del presente siglo y publicados en los diarios El Universal y La Religión”.

Llegada del poeta a Turmero
“Cuando mi primera juventud nacía nerviosa y animada bajo los cielos aragüeños, un día del año 1898 iniciaba yo la costumbre de recrearme por las tardes en los bancos de cal y ladrillo que existían en la Plaza Mariño de Turmero, alrededor de una glorieta que le servía de pedestal al busto en bronce del Héroe invasor de Chacachacare, conocí a dos jóvenes que se acababan de residenciar en mi pueblo: Ramón Francisco y Carlos Adolfo Bastida, nacidos en Caracas y parientes cercanos del doctor Adolfo Frydensberg. Los dos Bastida al conocerme trabaron buena amistad conmigo, y el mayor de ellos, Ramón Francisco, de cultura distinguida y consciente preparación literaria, se acercó más a mi espíritu, convirtiéndose en mi guía mental y confidente a la vez. Ramón Bastida, era poeta romántico y orador vibrante y elocuente. Se había educado en el colegio ‘Santa María’ que dirigió el eminente Agustín Aveledo, por quién sentía Bastida admiración y afecto con nobles exaltaciones de gratitud. Llegó a Turmero en 1898 formando parte de la honorable familia del doctor Adolfo Frydensberg, quién eligió a Turmero para su residencia definitiva” (Caracas, octubre, 1934).

El Himno del estado Aragua
“Cuando el gobierno de Aragua, organizó el Certamen Literario de 1905 para darle letra al Himno del Estado, no creó ningún jurado calificador: El Poder Ejecutivo se tomó estas funciones, privando en la elección de los versos para el Primer Premio, el criterio del señor José Eustaquio Machado, escritor clásico que conquistó fama en Venezuela por la pureza de su estilo, la serenidad de su pensar profundo y la íntima sustancia de su probidad, características que perfilaron siempre su talla intelectual y moral. Machado, sin embargo, no pertenecía al Poder Ejecutivo; solo desempeñaba entonces en La Victoria, un cargo de carácter particular. Numerosas fueron las composiciones que se enviaron al concurso, conquistando el lauro mi dilecto amigo el poeta Ramón Francisco Bastida y mereciendo el Accésit un gallardo soneto transformado en gloria del apolonida Sergio Medina. Este soneto hubiese ocupado el primer puesto y sería hoy la letra del Himno Aragüeño, si su autor se hubiera sometido a las bases del concurso, que abarcaban para la factura del canto, las épocas de la Independencia y de la Restauración Liberal. El mismo Bastida no obstante su fervoroso partidarismo por el general Cipriano Castro, según me confesó él mismo, había construido sus versos sin cumplir lo dispuesto en el Decreto Ejecutivo, pero antes de dirigirlos a su destino, se los leyó en consulta al general Francisco de Paula Guevara Santander, Juez Superior del estado Aragua, en cuyo Tribunal desempeñaba Bastida la Secretaría. Guevara Santander, que también era poeta, tuvo frases de elogios para la composición de Bastida, pero le manifestó que si no la completaba con un canto a Castro y a la Restauración, sería arrojada al cesto. Bastida, le agregó a sus versos sobre la mesa del señor Guevara, las dos últimas estrofas, que le fueron suprimidas después por Decreto del Gobierno de Aragua. En 1909 se dispuso que se hiciera en Alemania, una edición de lujo del Himno del Estado, Letra y Música, con los retratos de sus autores, Ramón F. Bastida y Manuel María Betancourt”. (Caracas, diciembre, 1934).

La muerte del poeta
“En vísperas de su muerte, en una hora de realidades inquietantes, vi a Bastida prematuramente envejecido, rondando por el Parque Mariño, sitio de recreo pueblerino, en donde tantas veces habíamos soñado con visiones de triunfos y con alturas ignoradas, notablemente presentidas. Estaba triste, flaco, enfermo. Nos encontramos en la Avenida Este, frente a un bosque blanco de azahares florecidos. Un perfume intenso llenaba el ambiente. ‘Hermano: Me siento morir’. Fueron sus primeras palabras, y luego me refirió un suceso que acababa de ocurrirle en un almacén, en la calle de La Factoría, suceso penoso que hirió profundamente el alma del poeta. Mudo como una roca, permanecía yo ante el poeta en desgracia, y de sus hermosas pupilas, color de las montañas del Ávila, veía brillar lágrimas, como si fuesen el mismo rosario de perlas que conquistó él, gallardamente en 1905, en inolvidable y suntuosa fiesta de la Sociedad Hijas de María, organizada con éxito por el talento y el entusiasmo juvenil del Padre Peñalver. Ahora vagaba dolorosamente, por las calles melancólicas de aquel pueblo, que él había enaltecido con su verbo y con su pluma. Al fin dejó de existir el día 26 de abril de 1909. El gobierno del estado Aragua sufragó los gastos de las exequias del poeta y el sepelio de su cadáver se verificó en el cementerio viejo de Turmero, en donde reposan sus cenizas”. (Caracas, octubre, 1934).

Miscelánea final
Por sus quehaceres de educador, de poeta y orador, Ramón Francisco Bastida se ha perpetuado como un turmereño ilustre; su presencia es tema indisoluble en la historia local, a pesar de haber nacido en Caracas, como lo asegura su amigo y biógrafo Andrés Pacheco Miranda, contradiciendo a otros historiadores que lo dan como nativo de Barinas, identificando como Ramón J. Bastida, al artista autor de la letra del Himno de Aragua, que recibió por su lauro: diploma de honor y trescientos bolívares (Fleitas Núñez, 2001). Las páginas de Candelaria-Turmero, al reconocer la visión amplia de su creación, manifiestan satisfacción al recordarlo y recrearlo a la generación actual y futuras.

Bibliografía
• Pacheco Miranda, Andrés. 1978. Turmero, tierra mía.
• Guzmán Morillo, Ciro. 1985. El poeta y educador Ramón Bastida.
• Fleitas Núñez, Germán. 2001. La Victoria, ciudad santa de la Restauración. Pág. 43

PROUST EN TURMERO


ARTURO USLAR PIETRI (Diario El Nacional, Caracas)

Siendo yo muy joven, visité algunas veces la hacienda Guayabita, en los valles de Aragua. Era un inmenso fundo agrícola que se extendía desde la fila de la Cordillera de la Costa hasta las calles del pequeño pueblo de Turmero. La atravesaban dos ríos y estaba cubierta de selvas con venados y pumas, y de plantaciones de cacao, de caña de azúcar y de café.

La había adquirido, por los años ochenta y tantos, el general Antonio Guzmán Blanco, que andaba entonces por su segunda Presidencia. Muerto el ex Presidente había pasado a ser de sus hijos, quienes vivían en Francia, y venían ocasionalmente en breves visitas de inspección de sus vastos haberes que habían quedado en manos de administradores.

Guzmán Blanco había sido un típico afrancesado del siglo XIX. Su primera visita a Francia la había hecho, recién salido de la Guerra Federal, en tiempos de Napoleón III. La pompa y el estilo aparatoso del París del Segundo Imperio, lo habían impresionado profundamente. Desde los uniformes hasta los conceptos políticos, desde el aire cesáreo hasta el culto del progreso material fueron en él un trasunto del estilo del fallido imperio liberal. Educó a sus hijos en Francia, en un mundo de alta sociedad y riqueza, dos de sus hijas casaron con miembros de la nobleza, una con el Marqués de Noé, de viejo linaje legitimista, y otra, nada menos que con el Duque de Morny, hijo mayor y heredero del fabuloso medio hermano de Napoleón III, que llenó las crónicas mundanas de su tiempo con sus astucias políticas, sus triunfos financieros y sus aventuras galantes. Su ostentosa dispendiosidad y sus maneras de gran señor improvisado las retrató Alfonse Daudet en el personaje caricatural de su novela El Nabab.

Esta situación y sus largas permanencias en París abrieron a Guzmán y a sus hijos los salones de la aristocracia y de los banqueros. Pertenecieron por entero al mundo dorado de la belle époque, se codearon con los más resplandecientes nombres y figuras de ese tiempo de esplendor crepuscular, desde el Príncipe de Sagán hasta el Boni de Castellane del matrimonio con la millonaria Gould y el palacio de mármol rosado en la —196→ Avenida del Bosque, desde los «salonnards» más famosos hasta los artistas y los actores más cotizados. La casa de la rue Laperouse hizo mucho tiempo figura de palacete de príncipe exótico exiliado.

El mundo en que se movieron y vivieron los Guzmán en París fue precisamente aquel que luego retrataría con tan poderoso don de recreación Marcel Proust en La busca del tiempo perdido.

Algo de ese mundo llegó hasta la remota y dormida Guayabita. Desde Turmero se atravesaban dos pasos de río, en medio de un alto y tupido bosque de bucares y guamas que cubrían las densas y profundas plantaciones de cacao. Era una penumbra verde, tibia y olorosa a baya podrida de cacao. Al final del recorrido, al fondo de una larga avenida recta, aparecía la casa de la hacienda sobre una pequeña colina. Era una casa alta y grande, de corredores de arcadas y penumbrosas salas, que surgía como un arrecife blanco en medio del mar de verdura.

Para mi imaginación de adolescente tenía cierto aire de palacio de la bella durmiente. Nadie vivía en ella. Los criados iban abriendo puertas y puertas de habitaciones cerradas. Pesados y oscuros muebles de caoba yacían en los corredores. Ornados mecheros de cobre para luces de gas pendían de los techos o se adosaban a las paredes. Había en los muros viejos grabados ingleses con escenas de cacería a caballo. Y lo que más me impresionó, con casi infantil delectación, fue la gran abundancia de trofeos de caza. Eran cuernos y patas de ciervo, muy bien montados sobre escudos de pulida madera, con dos placas de cobre que decían, la de arriba: «Equipage de Mme. la Duchesse d'Uzés», y la de abajo: «Forêt de Rambouillet», y la fecha.

Poco sabía yo entonces de las complicadas cacerías del ciervo, del faisán y el zorro que los aristócratas europeos, con casacas rojas sobre hermosos caballos, al son de las trompas de San Huberto, organizaban en los domesticados bosques de las viejas residencias de los reyes. Pero no dejaba de percibir en aquellos trofeos como una presencia fantasmal de otro mundo y de otro tiempo que poco o nada tenían que ver con el mío.

Más tarde, cuando leí a Proust, volví a toparme con el nombre y la evocación de la Duquesa de Uzés. Entre todo aquel hormiguero de nombres y de títulos, de figuras y de evocaciones, entre aquel complicado mecanismo de las precedencias y de los tratamientos de la noble gente del Faubourg Saint-Germain, aparece junto a otros personajes de la vida real que se mezclan con las creaciones del gran escritor, la Duquesa famosa. Es precisamente con motivo de uno de esos increíbles detalles de usos y matices del trato mundano, cuando la trepadora hermana de Legrandin, la reciente Marquesa de Cambremer, descubre con asombro que la gente aristocrática no pronunciaba la s final de Uzés, sino que decían simplemente Uzé.

Un pedazo arrancado del mundo de Proust, por un juego de azares muy proustiano, había llegado hasta aquella olvidada casa de hacienda de los valles de Aragua.

Sentía desde entonces que en Proust había mucho más que simple creación literaria, y que la búsqueda del tiempo perdido era una increíble empresa de resucitar el pasado, o de rescatar un fragmento completo de él, de una manera milagrosa. Como ocurría con aquella casa de Guayabita.

Ahora, con motivo de los cincuenta años de la muerte del extraordinario escritor, he leído el asombroso libro de resurrección que le ha consagrado el erudito inglés George D. Painter. Es la más completa tentativa de rescate de Proust con todo su tiempo, tejido y mezclado con él, como las algas, el agua y los infusorios del mar suben a la superficie con el cuerpo del ahogado.

Allí está la Duquesa de Uzés, con todos los otros inagotables personajes que poblaron la imaginación y la vida del joven snob de fines de siglo. Es el resultado del método de Proust celosamente aprendido y aplicado a Proust y a su tiempo.

No se ha cesado de escribir sobre Marcel Proust desde que terminó de aparecer su gran obra. A cincuenta años de su muerte, en 1922, su bibliografía crece de un modo continuo e inabarcable. Se ha creado una inmensa curiosidad, una obsesión de conocer quién era y qué hizo aquel hombre extraño, enfermo, caprichoso, supersensible, mal ajustado y lleno de los más irreconciliables deseos.

Cada día más se reconoce la importancia de esa obra. Lo que al principio pudo parecer una rara mezcla de memorias de salón y de novela mundana, en una forma divagante y extraña, ha terminado por constituir, sin género de duda, una de las más grandes creaciones del genio literario. En busca del tiempo perdido es mucho más que una gran novela. En todo caso no se parece a ninguna otra. Es un extraño fruto, casi diríamos una extraña mutación del gran árbol de la novela occidental. En el reducido ambiente muy peculiar que había tomado por tema la novela mundana del París de fines del siglo XIX, este extraño «dilettante», este curioso snob trepador, va a crear una suma artística y humana que casi no tiene parangón.

Los lectores de Proust han tenido siempre la impresión muy dominante de que no era posible comprender su libro y su significado sin conocer su vida y el restringido y curioso mundo en que se movió. Hay en él una conexión más completa y estrecha entre la obra y la vida que en ningún otro autor. Esa gran obra poética es la transcripción de su experiencia y de su circunstancia, y eso es lo que demuestra de un modo incomparable y exhaustivo el Marcel Proust de Painter.

Es como la novela de Proust a la inversa. Se va en él por un viaje de inagotable descubrimiento y de deslumbrante erudición de Proust a la novela. Por largos años, de un modo agotador, Painter ha leído todo lo que escribió el novelista, sus libros, sus cartas, sus esbozos, sus variantes y todo lo que se ha escrito sobre él. Ha hablado con todos los que lo conocieron y aún viven. Ha recorrido los barrios, las casas, los pueblos, ha reconstruido los mobiliarios y los encuentros. Ha restaurado el Illiers —198→ de la infancia, como un arqueólogo, hasta que vemos cómo surge y se hace Combrai con todos sus habitantes, sus casas, sus costumbres y su mercado.

Allí vemos paso a paso cómo Proust llega a darse cuenta de que es Proust y de lo que tiene que hacer, cómo descubre a través de difíciles experiencias y de grandes peligros de perderse su misión, cómo la reconoce y se lanza ávidamente a ella, cómo aquel libro que salía de su vida termina por ser toda su vida y absorberla.

Nada escapa a Painter. Las fuentes y raíces de cada personaje, de cada frase, de cada notación son buscadas y reveladas hasta su más remoto origen. Allí vemos claro el doloroso y oscuro proceso de las relaciones de Proust con su madre y de su inmenso reflejo en su obra. Allí también se agota en la búsqueda más exhaustiva el catálogo viviente del que brotan los personajes. Los varios modelos y fuentes de que están hechos Swann, o Charlus, o la Duquesa de Guermantes, u Odette. Sabemos por fin lo que en Charlus hay ciertamente del Conde de Montesquieu, y del Barón Doassan y de media docena más de caracteres menos influyentes. O cómo la figura de Oriana de Guermantes se compone con una sabia mezcla de rasgos de la Condesa de Chevigné, de la señora Straus y de la Condesa Grefulhe.

El libro de Painter ilumina de un modo extraordinario todo el escenario de esa vida en sus menores rincones. Todo el mundo de la belle époque parece resucitar con sus ritos, sus prejuicios, sus ridículas costumbres, su delicado arte de la etiqueta, y su complejo equilibrio de clases, de títulos y de posiciones.

Desfilan los salones literarios, las grandes damas, los grandes nombres de la aristocracia, el sutil juego de las precedencias, de las maledicencias y de las pasiones. Todo lo que va a ser el rico material que el escritor reelabora para crear su obra y recapturar el tiempo está allí en su estado original. Las cortesanas, las actrices, las intrigas de sociedad, las grandes luchas políticas, la presencia de los escritores y los artistas y todas las fórmulas finales de un refinamiento social condenado a morir.

No creo que ninguna explicación haga falta para poder entrar en una obra de arte. Una obra de arte tiene una propia y eminente autonomía que la hace suficiente en todos sentidos. Sin embargo, en el caso de Proust, que es en el fondo un memorialista a la Saint-Simon de un tiempo muy peculiar, toda esta preparación no puede menos que ayudar no sólo a comprender su obra sino la muy peculiar y estrecha relación que había entre su vida y su narración.

Painter no se detiene ante nada. En la búsqueda del fondo de la experiencia proustiana llega hasta los más repugnantes e inconfesables hechos. Las relaciones con Agostinelli, el descenso a Sodoma, el infierno de sus instintos incontrolados, la morbosa condición de su sensibilidad, la abyección, casi expiatoria, de ciertos gestos, están allí para retratar al hombre verdadero y su circunstancia.

Es un tiempo que ya tiene el evidente encanto de las cosas irremediablemente desaparecidas. Painter recrea la vida superficial y complicada de la alta clase francesa e internacional, que se reunía en los salones de París en los treinta o cuarenta años anteriores a 1914. La gente para quien lo más importante era ser invitada al salón de moda, besar la mano de la princesa Matilde o de la Gran Duquesa Vladimiro, hacer la reverencia ante la última reina de Nápoles o fumar con el Príncipe de Gales.

Y también, una vez al año, lograr ser invitado, de traje de amazona o casaca roja, a la caza de ciervos de la Duquesa de Uzés en el bosque de Rambouillet. Al regreso, por la tarde, en el patio del castillo, se exhibían los trofeos. Ciervos lustrosos y zorros encendidos tendidos ante la jauría blanca y negra con sus aullidos que se mezclaban al son triunfal de las trompas de los monteros.

De esos trofeos fue el hallazgo de mi adolescencia en los corredores frescos y oscuros de la hacienda Guayabita. De una manera muy proustiana, todo Proust estaba allí esperando que yo supiera hallarlo.

Fantasmas de dos mundos. Ed. cit., pp. 65-73.